Nuestros ojos funcionan como una cámara fotográfica: la luz entra por un orificio, la pupila o el diafragma de la cámara, y tenemos una lente de curvatura moldeable, el cristalino o el objetivo de la cámara, que enfoca la imagen que estamos observando, en la retina o en la película, o los sensores electrónicos en la actualidad.
Hablando de nuestros ojos, por toda la retina se encuentran los foto-receptores, bastones y conos, salvo en el lugar que ocupa el nervio óptico, que se encarga de enviar la información a nuestro cerebro. Estas zonas sin foto-receptores forman una zona que se denominan puntos ciegos, no son centrales, sino que los tenemos ladeados.
Los ojos de otros animales nos demuestran que el diseño de nuestros ojos no es el “correcto”. Por poner un ejemplo, los ojos del pulpo no tienen puntos ciegos ya que el nervio óptico parte de la parte posterior del ojo, lo que permite que existan foto-receptores por toda la retina.
¿Por qué no nos damos cuenta de la existencia de los puntos ciegos?
La información enviada por el nervio óptico tiene que ser interpretada por el cerebro porque, como sucede en las cámaras fotográficas, está invertida, y como los puntos ciegos de cada ojo no coinciden, el cerebro se encarga de rellenar los huecos con la información del resto de la imagen que ve. Por lo tanto, con la visión binocular no existen puntos ciegos.
Además de estos puntos ciegos ocasionados por la ubicación del nervio óptico, ciertos tipos de patologías oculares, como el glaucoma, pueden derivar también en la aparición de otros puntos ciegos en nuestra visión. En estos casos, el cerebro también llena esos espacios vacíos del ojo afectado con la información recibida por el ojo sano.